Apostasía

Obra de Piero Manzoni. Tirada exclusiva de 90 latas que él mismo envasó y que contenían 30 gramos de su propia mierda, latas a las que denominó "100 % mierda de artista".

José Ángel Mañas 14/08/2010

Lo que me gusta del verano es que, con la modorra, se reduce la actividad social y uno se encuentra, de repente, con bastante tiempo para leer. Acabo de terminar, con algo de retraso, el ensayo que publicó Umberto Eco sobre la fealdad (Historia de la fealdad, Lumen 2007) y, más allá de los méritos que pueda tener el texto, me ha llamado la atención el que no ha quedado resaltado con suficiente fuerza algo que para mí es una evidencia: que se puede considerar al conjunto del arte contemporáneo, con muy pocas excepciones, como una apología de la fealdad.

Lo que supone el arte contemporáneo es, básicamente, una inversión radical de valores estéticos; un repetir, con las brujas de Macbeth, lo que es feo es bello, lo que es bello es feo (la frase también se cita en el libro). Si alguien tiene alguna duda, no tiene más que entrar en cualquier museo consagrado al arte contemporáneo y hacerse esta pregunta: ¿cuántas de las obras aquí presentes puedo considerar realmente bellas?

Eso nos llevaría a un cuestionamiento sobre la propia noción de belleza que todos los defensores de lo contemporáneo retorcerán hasta convertirla en su contrario. Pero no, no valen bellezas convulsas, ni tampoco bellezas diferentes. Por una vez me refiero sencillamente a ese ideal clásico, forjado por valores como la armonía, la simetría y la economía de medios, que siempre ha guiado al buen gusto. Y la respuesta, si uno es sincero consigo mismo, será finalmente: muy pocas o prácticamente ninguna.

Que esto guste más o menos o sea mejor o peor es algo en lo que no entro. No pretendo hacer valoraciones, sino establecer una evidencia: que hoy en día el sentido de la belleza está prácticamente ausente de la producción de la mayoría de los artistas.

Una vez aclarado esto, uno puede echar un vistazo a su alrededor y constatar que el panorama es absolutamente desolador. La transgresión, que puede ser una virtud cuando la norma impera, acaba siendo mera tontería y mero sinsentido cuando se convierte en la norma. Y para constatar que es así, no hace falta irse muy lejos. Casi todos los artistas en cualquier coloquio repiten hoy en día el credo posmoderno: que hay que alejarse de los cánones clásicos; que el rol del creador es innovar y romper tabúes.

Pero, ¿qué queda por hacer de nuevo, que no se haya intentado ya mil veces? ¿Y qué tabúes quedan por romper que no hayan sido rotos? La respuesta, una vez más, es que prácticamente ninguno. Y yo, que por otra parte soy el primero en defender que el arte debe ser un territorio de libertad absoluta, me encuentro últimamente hastiado y aburrido por esta imperante normativa artística que nos impele a ser cuanto más asquerosos y más hirientes y transgresores mejor.

En definitiva, creo que ha llegado el momento de cambiar de rumbo. Yo no sé si lo podré hacer, y seguramente la mayor parte de la gente que ha crecido conmigo en este caldo ideológico/estético finisecular tampoco; y desde luego no animaré a quien tenga el odio metido en el cuerpo a no dar rienda suelta a sus pulsiones más destructivas, si eso le ayuda como terapia (el arte, a fin de cuentas, tiene que estar al servicio en primer lugar de los artistas). Pero sí animo a los creadores jóvenes a tomar conciencia de la nueva situación y a posicionarse, con pleno conocimiento de causa, en el panorama actual. Y sobre todo, en unos momentos como estos, a no repetir como papagayos las cada vez más manidas premisas posmodernas.

Antes de escribir una Historia de la fealdad, Eco escribió una Historia de la belleza. Y estoy convencido de que, al final de sus días, hasta un posmoderno incorregible como él, cuando mire atrás preferirá recordar todo lo que encontró hermoso, y no todas las fealdades contemporáneas.

© EDICIONES EL PAÍS S.L.

  1. Creo que me estoy haciendo vieja, pues comparto lo que aqui se dice. Ya no me impresionan las obras que requieren de un manual de instrucciones para ser digeridas. Si el arte es cíclico, quiero ver lo siguiente.
    Gracias Joselu, siempre me das en que pensar… aunque ahora tengo muy poco tiempo. Un abrazo.

    • «En mi colegio secundario estudiábamos estética (es un decir, como suele decirse). El profesor era un viejo sainetero. Lo único que nos enseñó fue que hay tres categorías estéticas: lo bonito, lo bello y lo sublime. No nos exhibió ejemplos ni nos hizo analizar textos literarios, pinturas o piezas musicales. Tampoco habló de Kitsch ni, menos aún, de arte feo. Pero al menos en todas sus lecciones daba un elocuente ejemplo de fealdad: llenaba la tarima de enormes escupitajos.»
      Mario Bunge
      A esto nos lleva teorizar demasiado sobre lo que es bello y lo que no: a definir claramente lo que no.
      Yo soy partidario de disfrutar de lo que me gusta. Aunque he de decir que me encanta esforzarme por entender lo que no. Esta actitud me ha llevado a valorar cosas, que de otra forma, de haberlas encontrado en la calle, jamás las habría recogido del suelo.
      Muchas gracias a ti, Ana. Un abrazo.

  2. Hoy a la provocación se le llama arte. Hoy se exponen tiburones, vacas, cadáveres y mierda como esta. Algo bueno sale de esto: cada vez que lleve mis miserias al water, pensaré que estoy «creando» una obra de arte. Y espero seguir «obrando» muchos años más. saludos escatológicos

    • En el 61, Agostino Bonalumi, Piero Manzoni y Enrico Castellani fracasaban en una exposición en Milán con su arte conceptual. Frustrado, ante la imposibilidad de no poder verder a los coleccionistas nada que no fuese arte figurativo Manzoni exclamó: «Estos imbéciles de burgueses milaneses sólo quieren mierda».
      Dicho y hecho. Meses más tarde enseñaba a su amigos las latas con el contenido neto de 30 gramos de sus heces y la etiqueta de Marras.
      Estas latas han sido adquiridas por museos (Tate Modern de Londres) y particulares a precios que han rondado los 124.000 dólares.
      En Julio de 2007 Bolamuni, declaró al Corriere della Sera, que en el interior de las latas sólo hay yeso e invitaba a quien tenga una a que la abra, cosa que él, dijo, no iba a hacer.

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