Memoria y olvido en la era de Internet

Ireneo Funes

ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO 30/09/2010

Ensayista (premio Casa de América 2004).

Desde 2006 edita el blog de asuntos cubanos PenultimosDias.com

No creo que la sociedad entienda lo que sucede cuando todo está disponible, listo para ser conocido y almacenado indefinidamente», dijo Eric Schmidt, consejero delegado de Google, en una entrevista concedida a The Wall Street Journal el pasado 14 de agosto. Y también predijo que los jóvenes que hoy hacen un intenso uso de las redes sociales podrían un día no muy lejano exigir el derecho a cambiar sus nombres para escapar de su pasado en Internet.

Cambiar de nombre parece complicado, pero no tanto cuando lo que está en juego es más complejo que un simple episodio embarazoso del pasado. Vean el ejemplo de Andrew Feldmar, un psicoterapeuta canadiense, que hace tres años se dirigía a recoger a un amigo en el aeropuerto de Seattle y se topó con un guardia fronterizo al que se le ocurrió buscar su nombre en Internet. Se enteró así de que Feldmar había escrito un artículo (en primera persona) sobre el uso del LSD en la década de los sesenta. El artículo, publicado en una oscura revista interdisciplinaria, le costó a Feldmar su entrada al país donde trabajaba, en el que vivían sus dos hijos, etcétera. Cada vez son más frecuentes estos casos en los que una simple búsqueda en la Red se convierte en requisito no superado. ¿Cómo impedir que Internet recuerde algo que queremos olvidar? Y sobre todo, ¿cómo hacerlo ahora que Google, Yahoo o Microsoft pueden almacenar todas nuestras búsquedas, hasta el punto de recordar nuestra vida mejor que nosotros mismos? La banalización de lo privado que acompaña el auge de las redes sociales podría ser uno de los efectos colaterales de nuestra falta de control sobre algo que nos ha pertenecido en exclusiva durante siglos. ¿Qué más da que cualquiera pueda tener acceso a mi intimidad si no tengo, en realidad, nada que ocultar?, concluyen hoy los adolescentes que han hecho de Facebook un ritual imprescindible. Dentro de unos años, tal vez cambien de idea. Pero ese pasado seguirá presente.

Schmidt no es el primero, ni el único, en cuestionar las implicaciones éticas y culturales de este cambio decisivo en el estatus de la intimidad. Los defensores de la democracia han celebrado el paso de una Red concebida como herramienta para acceder a la información en herramienta para compartir información (¡viva el prosumer!). Pero no se han debatido lo suficiente las implicaciones de otra transformación: el paso de un mundo donde recordar era la excepción (y olvidar era «lo natural») a un orbe digitalizado donde la tecnología invierte esos términos; ahora mantener el máximo de información digital disponible no solo es una meta alcanzable, sino un proceso mucho más fácil y económico que el que implica borrarla u olvidarla.

Por supuesto, ello puede implicar ventajas sociales. Pero cuando hablamos de información personal, el paso de una cultura más proclive a la memoria que al olvido pone de manifiesto ciertas aristas polémicas.

En su célebre relato Funes el memorioso, Jorge Luis Borges imagina a un personaje al que una caída del caballo le ha provocado la incapacidad de olvidar. Durante 19 años, Ireneo Funes «vivió como quien sueña»; después del accidente adquirió una descomunal cultura libresca. Sin embargo, es incapaz de pensar «en ideas generales, platónicas»; su memoria perfecta le impide ir más allá de las palabras. No es capaz de generalizar ni de hacer abstracciones, los demasiados árboles de su memoria perfecta le impiden ver el bosque del pensamiento.

La hipótesis de Borges demostró rebasar la ficción cuando hace tres años Joshua Foer entrevistó a la mujer que la literatura clínica conoce como AJ, una empleada administrativa de California que recuerda perfectamente cada día de su vida desde que tenía 11 años. Esta memoria incontrolable y automática, «como una película que nunca se detiene», ha terminado provocándole una especie de vasallaje cerebral. Tanto ella como otras personas que padecen el llamado «síndrome hipertiméstico» no han demostrado ser mucho más inteligentes ni más felices que el resto de los mortales. Los neurólogos arguyen que el olvido es parte central de la experiencia humana y del proceso mismo del pensamiento; la vasta red de sinapsis de un cerebro normal se vería desbordada si recordáramos exactamente cada hecho del pasado y cada estímulo que recibimos.

Se trata, por supuesto, del esbozo de un asunto muy complejo: hay diferentes tipos de memoria, condiciones que facilitan recuerdos, olvidos traumáticos… pero todo parece indicar que el olvido cumple no solo con la segunda ley de la termodinámica, sino también con ciertos requerimientos evolutivos. Más que una limitación, se trata de una necesidad humana.

El paso de lo análogo a lo digital (como estudia en detalle Viktor Mayer-Schönberger en su reciente libro Delete. The virtue of forgetting in the Digital Age ha alterado de manera fundamental qué información puede ser recordada, cómo puede ser recordada y a qué costo. Hasta hace poco, mucha de esa información sencillamente «estaba ahí». Ahora, es parte de una cultura del intercambio, donde no solo escapa al control de quien decide compartirla, sino también al contexto de secuencia temporal y empatía emocional que se asocia con la memoria humana.

«Nuestro pasado está cada vez más grabado como un tatuaje en nuestra piel digital… La Red ha olvidado cómo olvidar», escribía -¡hace más de 12 años!- J. D. Lasica. Es poco probable que esta superabundancia de «huellas digitales» (en el sentido tecnológico de la expresión) acabe integrada en una orwelliana red de vigilancia universal. Y sin duda, la facilidad para acceder a información que antes resultaba olvidada o de difícil acceso contribuyen a la innovación y al crecimiento económico de las sociedades informatizadas.

Pero una mirada minuciosa a los supuestos beneficios de una memoria digital omnipresente revela un paisaje bastante más ambiguo. En realidad, el uso sistemático de nuestra increíble capacidad actual de recordar lo almacenado por medios digitales representa un reto para nuestra aptitud de adaptación y aprendizaje. Luego de facilitar varios ejemplos, tanto benéficos como perjudiciales, de la manera en que esta nueva condición afecta nuestras vidas, Mayer-Schönberger escribe: «Durante milenios, los seres humanos han vivido en un mundo de olvido. La conducta individual, los mecanismos y procesos sociales y los valores humanos han incorporado y reflejado este hecho. Sería ingenuo pensar que dejar atrás esta parte fundamental de la naturaleza humana con la ayuda de la digitalización y la tecnología será un asunto indoloro. Hay numerosas maneras en que los seres humanos se ajustan rápidamente a diferentes condiciones ambientales, pero los trazos fundamentales de la conducta humana tardan varias generaciones en ser alterados o reemplazados. Incluso si somos capaces de hacer frente a este nuevo mundo de recuerdo automático y pasar por una fase de ajuste doloroso, ¿lo veríamos como un avance importante o más bien como una terrible maldición?».

Algunas de estas dudas han provocado las declaraciones de Schmidt. Otros analistas creen que si no hay suficiente transparencia social, la memoria digital puede no representar una ventaja. Como parte esencial de la arquitectura de la libertad contemporánea, Internet no debería priorizar el derecho a recordar sobre el derecho al olvido. Al menos, no puede hacerlo sin que ello implique, al mismo tiempo, una simplificación de la memoria humana.

En su relato perfecto y conmovedor de la desventura de Funes, Borges deja caer un juicio que vale para quienes hoy abogan por la «memoria total», aunque esta venga despojada de perspectiva y amenace, incluso, nuestra capacidad de decisiones racionales: «Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado».

Imagen: Blog de Felix Larocca

© EDICIONES EL PAÍS S.L

  1. Todo lo que escribimos en la Red es monitoreado, no olvida esos caminos. Un día regresan y nos golpean. De pensarlo me … No participo de las llamadas redes sociales como Facebook y Twitter. Supongo que tengo una vida anodina que no merece saberse, pero me pregunto si en los blogs pasa lo mismo ??????? Finalmente Orwell tenía razón, hay un Big Brother …

    • Hola José. Por mucha imaginación que le pongamos no llegamos a entreveer la magnitud del seguimiento que hacen las compañías y los gobiernos de lo que hacemos, decimos y miramos en Internet.
      Lo saben, lo almacenan y cuando tienen oportunidad: lo usan.
      Y no les es suficiente.

      jueves 30 de septiembre de 2010
      EEUU espiará Facebook, Twitter, Skype y las conversaciones cifradas vía Blackberry
      El Gobierno de Estados Unidos prepara una nueva legislación para espiar las comunicaciones a través de redes sociales como Facebook o Twitter, comunicaciones encriptadas como las de los teléfonos Blackberry, sistemas de voz IP como Skype y archivos P2P. El motivo es que hasta ahora a este tipo de empresas no se aplicaba la obligación de adaptar sus servidores para permitir el espionaje por parte de las agencias del Gobierno, algo que sí se exige a compañías de telefonía y a empresas proveedoras de conexión a Internet según la Ley para la Asistencia de las Comunicaciones en el Orden Público, aprobada por la administracion Clinton.

      La excusa del gobierno estadounidense es que supuestamente hay un mayor número de terroristas que usan redes sociales de Internet y dispositivos que permiten cifrar mensajes para coordinar sus ataques.

      Lo de George Orwell (por cierto seudónimo que protegía la intimidad de su verdadero nombre Eric Arthur Blair) era una broma comparado con lo que nos espera…mañana.
      Un abrazo.

  2. Yo me pregunto por el dichoso SISTEMA de salud… un mostruo al que los medicos alimentan durante cada consulta. «Nombre de la acompañante» «Numero de cedula»»Numero de telefono»… y el sistema engorda y engorda, lleno de información que a nadie le interesa, mientras el paciente espera paciente a que los ojos del medico salgan de la mirada del Sistema.
    Un abrazo.

    • La Agencia Española de Protección de Datos recuerda que el historial clínico es un documento totalmente personal y privado al que nadie debe tener acceso sin el consentimiento de su propietario. Se trata de datos personales sensibles, cuya privacidad y seguridad debe de ser plenamente garantizada por todos los hospitales, ya sean públicos como privados.
      Miles de historiales clínicos circulan por Internet sin que sus propietarios lo sepan. Documentos en los que figura el nombre, fecha de nacimiento, domicilio, teléfono y todo tipo de patologías o tratamientos a los que se han sometido pueden ser fácilmente descargados a través de programas P2P como Emule.
      Es el caso del Centro de Salud de Miera (Cantabria), más de 1.748 historiales médicos estuvieron colgados en Emule hasta que la Policía los interceptó. Pero el de este centro no es algo excepcional. Un total de 11.300 historiales procedentes del Centro Médico Lasaitasuna (Orense) con datos sobre personas a las que se les había practicado abortos, estuvieron disponibles durante meses en esta red de intercambio de archivos.
      Unas 500 analíticas realizadas entre 1998 y 2000 fueron halladas en el interior de un contenedor de basura junto al Hospital Puerta de Hierro. Cuatro carpetas repletas de datos supuestamente confidenciales: los nombres y datos de los enfermos, las indicadores de sus dolencias, incluso valoraciones sobre cómo tratarlas y los medicamentos prescritos para los tratamientos consiguientes.
      En agosto de este año el Tribunal Supremo ha confirmado la multa de 300.506,05 euros impuesta por la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) en 2005 a una sociedad tocoginecológica que prestaba servicios a la clínica sevillana Sagrado Corazón por arrojar a la basura 158 historias clínicas con datos personales de pacientes….¿sigo?
      Un desastre absoluto, Ana. Nadie cuida como se debe nuestros datos del sistema de salud. Un abrazo.

      • Estamos en manos de todos y, finalmente, en manos de nadie.
        Un abrazo, Joselu.

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