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«No llamemos arte al arte contemporáneo»

CARLES RIBAS | El ensayista francés Marc Fumaroli, en Barcelona.

J. M. MARTÍ FONT – Barcelona – 28/09/2010

La historia no tiene un sentido determinado y el arte contemporáneo no merece ser llamado arte. Marc Fumaroli (Marsella, 1932) ha estado en Barcelona para presentar París-Nueva York- París. Viaje al mundo de las artes y de las imágenes (Acantilado), «un panfleto erudito», en palabras de su editor, en el que vuelve al eterno debate entre los antiguos y los modernos.Pregunta. ¿Es usted reaccionario?

Respuesta. ¿Reaccionario? Es verdad que me gusta mucho reaccionar y las gentes que reaccionan están muy vivas. Lo tomo en el sentido exacto del término. No creo que la historia tenga un sentido ni que tengamos que inclinarnos ante el sentido de la historia. La gente que me interesa son aquellos que van contracorriente. He conocido la época en la que todo el mundo marchaba en el sentido de la historia, que no era otro que el que se marcaba desde Moscú. Me hace feliz estar contracorriente e incluso ser muy reaccionario. Cierto, ahora hay que reaccionar contra otras cosas distintas a las del momento en el que la URSS era considerada en Francia como la promesa del futuro de la humanidad.

P. Hay quien dice que Francia es un país soviético que ha tenido éxito.

R. O que Francia es el último país del Este, sí, pero no hay que tomárselo en serio. Lo que sí es cierto es que nuestra modernidad es nuestro Estado, lo que desde el punto de vista anglosajón es una cosa extraña, pero ahora lo hemos sustituido por la sumisión servil a una imagen falsa que Europa se hace de Estados Unidos. Seguir leyendo

Revolucionarios

Primavera de Praga 1968/Foto: Josef Koudelka

TONY JUDT 24-01-2010

Yo nací en Inglaterra en 1948, suficientemente tarde, por unos años, para no tener que hacer el servicio militar obligatorio, pero a tiempo para los Beatles: tenía 14 años cuando sacaron Love me do. Tres años después aparecieron las primeras minifaldas, y yo era lo bastante mayor como para valorar sus virtudes y lo bastante joven como para aprovecharlas. Crecí en una época de prosperidad, seguridad y confort y, por tanto, al cumplir 20 años, en 1968, me rebelé. Como tantos jóvenes pertenecientes al baby boom, fui conformista en mi inconformismo.

No cabe duda de que los sesenta fueron una buena época para ser joven. Todo parecía estar cambiando a una velocidad sin precedentes, y el mundo parecía dominado por la juventud (una observación verificable si se ven las estadísticas). Por otro lado, al menos en Inglaterra, el cambio podía ser engañoso. Los estudiantes nos oponíamos ruidosamente al apoyo que el Gobierno laborista daba a la guerra de Vietnam de Lyndon Johnson. Recuerdo al menos una de aquellas manifestaciones en Cambridge, después de una conferencia de Denis Healey, entonces ministro de Defensa. Perseguimos su coche hasta las afueras de la ciudad, y un amigo mío, hoy casado con la Alta Representante de Asuntos Exteriores de la UE, saltó al capó y golpeó con furia las ventanillas.

Sólo que, cuando Healey se alejaba, nos dimos cuenta de lo tarde que era; la cena en el comedor de la universidad empezaba en cuestión de minutos y no queríamos perdérnosla. Mientras volvíamos al centro, me tocó trotar al lado de un policía de uniforme que había estado vigilando la multitud. Nos miramos: «¿Cómo le parece que ha estado la manifestación?», le pregunté. Como si fuera una pregunta de lo más corriente -sin ver en ella nada extraordinario-, me contestó: «Oh, creo que ha estado bastante bien, señor». Seguir leyendo