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Los sindicatos llevan razón

Ilustración de Mikel Jaso

VICENÇ NAVARRO 23-09-2010

Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy
en The Johns Hopkins University.

Existe una visión muy generalizada en amplios sectores políticos y mediáticos españoles (incluyendo algunos de izquierdas) que considera que el nivel de integración de las economías de los países en la economía mundial global es tal que la globalización económica es, en realidad, la que determina lo que un país puede hacer o dejar de hacer. En esta visión, los estados deben someterse a los dictámenes de ese orden económico globalizado, hasta el punto de que el sistema democrático dentro de cada país desaparece y se convierte en irrelevante. La última versión de este determinismo globalizador es la respuesta de la Unión Europea y de España al dictamen de los mercados financieros. Se subraya en los mayores medios de información que, en respuesta a las exigencias de estos mercados, no hay otra alternativa que llevar a cabo políticas impopulares (tales como las políticas de austeridad de gasto público y social, y las desreguladoras del mercado de trabajo que faciliten el despido, entre otras) para tranquilizar a los mercados y evitar así que estos penalicen a tales estados, dificultando el pago de la deuda soberana y la obtención de crédito.
Se nos dice que no entender esta realidad y oponerse a estas políticas, tal como hacen los sindicatos en la Unión Europea (también en España) y los partidos a la izquierda de los partidos gobernantes es “estúpido”, tal como afirmaba Fernando Vallespín en su artículo de El País “La huelga zombi” (17-09-10). Seguir leyendo

La huelga zombi

“Quarto Stato” /Giuseppe Pellizza da Volpedo (1901)

FERNANDO VALLESPÍN 17/09/2010

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de Madrid

Decía Tony Judt en su último gran libro póstumo -Ill fares the Land, Penguin Books, 2010-, que si la izquierda quiere ser tomada en serio, debe recuperar su propia voz. Que aquello que le ha venido perjudicando en estos últimos tiempos ha sido su insistencia en culpar al «sistema» para luego retirarse y no ofrecer una verdadera alternativa; su «irresponsable grandiosidad retórica». O sea, la típica posición de quien se sabe con razón, pero que a la hora de la verdad se limita a rasgarse las vestiduras. Y, yo añadiría, que actúa siguiendo sus propias inercias sin adecuar su acción a las nuevas circunstancias. El empeño principal de la izquierda ha sido la defensa del status quo, el mantenimiento del Estado de bienestar, más que la articulación de un verdadero proyecto transformador. Una izquierda «conservacionista» más que una izquierda ilusionante y con proyecto de futuro. Ha luchado más por conservar sus logros históricos que por redefinir sus objetivos de cara al porvenir. No ha sabido establecer, en suma, un adecuado balance entre pragmatismo y utopía. Se ha limitado a demonizar a los mercados, a la codicia capitalista y al populismo de derechas, sin ser capaz de cartografiar la dirección de los nuevos tiempos. Carece, en definitiva, de un proyecto de buena sociedad a la que hemos de aspirar y cómo presentarlo a ciudadanos temerosos de todo cambio, pero no por ello menos dispuestos a dejarse ilusionar. Seguir leyendo